Y, aun en caso de que sintiera una preocupación casi paternal por mi futuro, ello no era motivo para bajarse los pantalones y blandir ante mí un objeto que, por norma general, sólo se exhibe ante los ojos de una mujer tras haberla prevenido y que ésta haya dado su consentimiento. En cuanto a su observación sobre lo inapropiado que resulta que una señorita bien educada baje tres pisos a horcadajas sobre la barandilla, no constituía, ni en sentido propio ni figurado, una invitación para ponerse las bragas por montera Llegados a este punto, era inevitable que el deseo de aprovecharse, sin haberla provocado, de como dicen los sacerdotes la impudicidad de una chiquilla poseída también como dicen ellos por el demonio de la concupiscencia, prevaleciera en él sobre cualquier consideración de prudencia o dignidad. Mi fornido doctor no era hombre que hiciera ascos a un goce tan picante Y, de todas formas, no habría entrado del todo, igual que en mi boca. La cuestión se resolvió por sí sola. Sus manos crispadas se apoyaban en mis hombros. Esas deliciosas manitas
Decidida a no perder esa oportunidad, se presenta en sus oficinas y gracias al escote que lucía, consigue que Albert Roser, el fundador de ese despacho, la contrate como su edecán. La muchacha es consciente de las miradas nada profesionales de ese asentado, pero eso no la hace evolucionar de opinión porque en su afectividad se siente alagada y excitada. No en vano, desde niña, se ha visto atraída por los hombres entrados en años y con corbata. Josep Lluís Cañizares, uno de sus socios llevaba todo el día estudiando una denuncia contra uno de sus clientes y por mucho que intentaba acertar una vía con la que levante saliera inmune, le estaba resultando inútil.
La ves todo el santo día queriendo tocarlos, cargarlos, manosearlos, no sé, un apego demasiado atosigante; no lo tolero, te lo juro. Perdona que sea tu madre, pero tienes que comprender que estaría mejor en un abrigo para ancianos, allí conocería a otro tipo de gente, a personas de su edad. Sé que te vas a quedar callado, lo sé y que no me vas a contestar. Cuando tomas esa actitud me da un poco de asco, me parece que me ignoras, o que te metes en la cabeza de que no existo. Me siento un acaloramiento por el cuello para arriba que me sofoca.