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Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez.

Gertrudis Gómez de Avellaneda Carlos supo por Elvira al día siguiente que la condesa estaba muy mejorada, y por la noche que había dejado la cama. Confiaba todavía en sus fuerzas que había reunido para que le sostuviesen en su virtuosa resolución, y confiaba también en la misma Catalina, que no dudaba procuraría combatir una inclinación desgraciada. Pero pasó el fecha sin que tuviese un momento de bastante serenidad y aplomo para juzgarse en la disposición necesaria para acudir a ver a Catalina, y época ya bastante entrada la noche cuando salió con dirección a la apartamento de ésta. En fin, presentía con espanto que si tales pruebas le estaban reservadas su victoria era bastante incierta. Subió temblando la escalera. No puso atención en que toda la casa estaba perfectamente alumbrada, y únicamente cuando llegó a la antesala oyó el murmullo de varias voces. Un sordo murmullo circuló por toda la sala. Cada cual sospechó una amorosa aventura, una escena novelesca, en lo que pronto parecía una casualidad insignificante y risible o una torpeza de cortesano novicio, y nadie se atrevió a ridiculizarla.

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